Irish Coffee

Era un día de aquellos, uno de esos en que el trabajo la abrumaba, de esos que sólo quería llegar a casa, encender la chimenea y tomar un té caliente mientras se acurrucaba en el sillón. Eso es lo que quería, eso es lo que anhelaba, pero aún faltaba mucho para que terminara su día laboral.

Continuó queriendo marcharse hasta que por fin pudo hacerlo, adiós al trabajo, adiós preocupaciones. Se puso en camino a casa, pero para su desgracia la nieve era un problema. Como todos los inviernos la nieve tapaba las calles, habían problemas de tráfico, y ésta vez su auto mal estacionado por el apuro de la mañana, estaba cubierto de nieve sin posibilidad de moverlo, se necesitaría unos hombres para ayudarla a sacarlo de ahí, por lo que para evitar el lío decidió caminar.

Caminaba en la fría noche, la estación de tren más cercana estaba a 1 hora caminando, y no había locomoción directa, sólo le quedaba realizar esta caminata. Mientras avanzaba, con sus pisadas pasaban sus pensamientos, uno tras otro sin parar, creía que caminar podría despejar su mente, pero se equivocaba, el paisaje blanco y frío no hizo más que profundizar en su mente. Caminaba al borde de la vía toda blanca, parecía como una gran tela sobrepuesta en el piso, no muchos se habían animado a caminar durante la noche, por lo que casi no habían marcas de pisadas en el suelo.

Decidió escuchar música para que el camino fuera más ameno, pero como siempre tendió a la música triste, más que animarla le daba más ambiente a este cansancio, tristeza, y desgano que llevaba hoy.

Pensó que lo mejor sería pasar a una cafetería, pedir un café para llevar y luego continuar hacia la estación de tren. Pero la verdad es que llegar a casa tampoco era un panorama muy alentador. Llegar a casa, ver su cama desarmada, losa del día anterior, y sin comida esperando para calentar, no era muy llamativo la verdad.

Mientras daba cada paso, vislumbró la cafetería más cercana, pensaba que sería un cambio de aire, un momento para socializar de otra forma que no fuera en el trabajo, imaginaba como sus pasos dejaban atrás sus problemas y malos pensamientos, que de alguna forma debía desprenderse de ellos, pero ella misma se engañaba, no era tan fácil.

Entró, y tras ella un sonido de campanilla que avisaba a los de la tienda para que estuvieran atentos a la llegada de alguien.

Se dirigió directamente a la barra, ordenó aquél café en el que vino pensando en todo el camino. "Un irish coffee por favor", dijo mientras pensaba en lo rico que sería un café así para una noche como ésta. En vez de continuar con su plan original, prefirió tomarlo en la cafetería. Se sentó junto a la ventana, donde podía ver cómo caía la nieve y cómo las pocas personas que andaban en la calle se refugiaban de la mejor forma que podían. Era una noche fría en Boston, y ella también lo sentía, no sólo en su cuerpo, sino que en su interior. Lamentó no tener un libro en su mochila, era el momento perfecto, y tampoco quería escuchar música en ese momento, pues disfrutaba de la música tranquila y melodiosa de la cafetería, además siempre pensó que era muy antisocial escuchar música en un lugar reducido.

Se quedó un tiempo, comenzó a divagar un poco, pero ésta vez más calmada, cambiar de ambiente le sirvió bastante, y se agradecía a ella misma por la decisión de estar ahí.

De pronto un rostro amigable le hizo una pregunta, ella respondió con naturalidad, la verdad es que no intentaba hacer contacto directo con alguien, sólo quería un ambiente distinto del trabajo. Pero éste rostro era atrayente, no supo como explicarlo, simplemente le agradó. Era un chico que había entrado hace poco a la cafetería y le estaba preguntando si iba a ocupar el diario que estaba en su mesa, al responderle que no, se lo llevó y tomó asiento unos sillones más adelante. No pudo evitar mirarlo de tanto en tanto, hasta que sus miradas se cruzaron, una mini sonrisa de vergüenza se asomó en su rostro, pensó que lo mejor era irse a casa, después de todo ya había terminado su café y ésta persona era un extraño.

Se dispuso a abrir la puerta de la cafetería, pero alguien la abrió primero caballerosamente, era él, el chico del diario. Se disculpó de antemano por si la había asustado, y dijo su nombre, Gabriel. Ella se presentó y siguió caminando con destino al tren. Él le preguntó hacia donde iba, y ella dudosa de darle esa información, finalmente le respondió. Le dijo que iban en la misma dirección, si podían caminar juntos, a lo que ella asintió.

En un principio ella estaba más callada, pero él conversaba con natural interés en tener un caminar agradable. Así fue como pudieron caminar aquellos 40 min restantes hacia la estación el tren hablando de todo un poco, de los intereses, de sus gustos, pasatiempos y de lo bellas pero tristes que son las noches de invierno, ella decía.

Llegaron al tren, se despidieron, y entraron a distintos vagones en busca de un asiento. No compartieron información del destino, pero por esas cosas de la vida, después de un rato, se abre la puerta que conecta los vagones, y con una sonrisa coqueta la mira y ve que hay un asiento al lado de ella. Se sienta a su lado, y ella tiene la sensación de que lo había conocido antes, no está segura, pero probablemente es sólo una sensación familiar cuando tienes una conexión importante con alguien. La conversación se volvió más cercana, comenzaron a hablar de sus familias, de su vida, proyectos, etc, hasta que él dijo que su parada se acercaba. Él le dio un abrazo apretado, y ella un tanto apenada se despidió igualmente.

El tren se detuvo, cruzaron las últimas miradas y sonrieron, éste fue un encuentro casual, pero a pesar de ser un completo extraño, algo en su corazón le decía que ésta no sería la última vez que se encontrarían, y no estaba equivocada, más adelante, éste hombre, sería parte importante de su vida...





Fin.

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